Un perro a mis pies

 

Y pronto lo descubrí. Siempre estaba dispuesto a atenderme, dejaba cualquier cosa por ayudarme y corría raudo y veloz cuando se me caía algo para recogerlo del suelo. Jamás se atrevía a mirarme a los ojos cuando se dirigía a mí con monosílabos. Era un sumiso en potencia, si es que yo no era realmente un perro obediente. Era exactamente lo que estaba buscando.

 

Un día decidí ponerlo a prueba. Estaba en el pasillo de la bollería y Javier estaba merodeando por allí, cómo solía hacer casi siempre que yo llegaba al super. Descuidadamente, dejé caer un paquete de galletas y, cómo no, él vino enseguida a recogerlo y dármelo a la mano. Yo abrí cuidadosamente el paquete y le ofrecí una de las galletas a la boca. Él, sin mirarme, la abrió y se la tragó.

 

– Buen perro- le dije.

 

– Gracias- consiguió decir a duras penas.

 

A partir de ahí ya sabía que era mío. Aunque seguramente ya lo era desde hace mucho tiempo.

 

Poco a poco fui adiestrándolo como mi personal shopper. Es decir, que yo llegaba al super, lo buscaba, le daba la lista de mi compra y él me lo preparaba todo para que yo lo recogiera después. Poco a poco, me fui encontrando alguna cosa extra que él decidía comprarme y sabía que me gustaba.

 

Hasta que un día me lancé a dar el paso definitivo. Como muchos días, le dejé la lista de la compra y una nota que le ordenaba llevarla a mi casa y pagarla entera. Él sé quedó temblando y por primera vez me miro a los ojos para decirme.

 

– Sí mi Ama.

 

Parte 2

 

Javier, poco a poco, se fue convirtiendo de chico de los recados a un buen perro sumiso. Cada semana me hacía la compra en el super, la subía a casa, me la ordenaba tal y cómo ya sabía que me gustaba a mí y, por supuesto, la pagaba. A pesar de ello, de vez en cuando, me gustaba pasarme por su trabajo para ver qué hacía y, sobre todo, para ponerle nervioso.

 

Solía presentarme con modelitos ajustados, minifaldas, medias de rejilla, tacones altos, escotes interminables, con los labios pintados de rojo pasión y una buena colonia embriagante. Si me veía entrar, él ya sabía lo que tenía que hacer: besarme la mano, estuviera quien estuviera y sin importar lo que hiciera en ese momento. Era una orden y tenía que cumplirla. Punto y final.

 

Una tarde sofocante de verano que sabía que estaba Javier allí, decidí ir con minifalda y sin nada debajo. Él no lo sabía, pero pronto se dio cuenta de que iba sin bragas ya que yo me encargué de que lo supiera. No perdía ocasión para agacharme cuando estaba cerca y enseñarle todo. Sabía que se ponía como loco, nervioso, ansioso, pero me encantaba tenerlo en ese estado. Para rematar la faena me acerqué a él, le metí mi tanga usado en el bolsillo de su pantalón y le susurré al oído:

 

– Quiero que vayas ahora al baño y te lo pongas y lo lleves todo el día. Mañana vendrás con él puesto a mi casa.

 

– Sí, mi Ama- consiguió balbucear a duras penas.

 

Le temblaban las piernas, no lo podía evitar. Obedeció, sé que obedeció.

 

Y al día siguiente vino con ellas puestas a casa. Nada más entrar por la puerta con la compra, le hice desnudarse y ponerse de rodillas.

 

– Ahora putita, cógelas y mételas en la boca. Quiero ver cómo saboreas el aroma de tu mierda.

 

Javier, la puta Javier, las cogió con su temblorosa mano y se las llevó a la boca. Le gustaba, sabía que le gustaba. Lo veía en su mirada excitada y viciosa. Y le gustaba sobre todo hacerlo para mí. En ese momento, viéndolo así, de rodillas, desnudo, humillado, entregado, se me ocurrió otra diabólica idea. Fui al frutero y cogí uno de esos plátanos tan sugerentes que me había traído el mismo esa tarde. Lo lubriqué con aceite y se lo enseñé.

 

– Javier, es el turno de tu otro agujerito.

 

Sus ojos me lo dijeron todo. Pánico. Pero me ofreció su culito y poco a poco, ese agujero, en un primer momento tímido y reticente, se fue tragando todo el plátano. Lo follé bien con él hasta dejarlo exhausto. Después lo pelé y se lo comió enterito.

 

– El próximo día quiero calabacines, que también me gusta- Sabía que los tendrá.

 

 

Parte 3

 

Para la próxima semana tenía preparado algo especial para mi perrito javier. Sabía que su culo pedía guerra y quería dársela. El lunes bajé a la mañana al super y le dejé unas detalladas instrucciones sobre lo que esperaba de él. Decían lo siguiente: ‘Esclavo, quiero que selecciones siete calabacines para esta semana, cada uno de ellos tiene que ser un poco más grande que el anterior, así que piénsalo bien. Hoy lunes traerás el más pequeño a mi casa. También quiero que compres mayonesa. A las siete de la tarde, justo cuando salgas del trabajo, te quiero en la puerta de mi casa de rodillas, perro. Ah y no llames al timbre’. Javier todavía se seguía poniendo rojo cuando leía o escuchaba mis órdenes. Para que le quedara bien claro, le di una bofetada allí mismo.

 

– Que no se vuelva a repetir o hablaré con tus superiores- le solté bruscamente para disimular.

 

Se acercaban las siete de la tarde y estaba decidida a humillar y hacer sufrir cada vez más a mi puta javier. A la hora en punto miré por la mirilla y allí le vi, de rodillas, con la mirada baja y la compra delante de él. Se le veía nervioso, impaciente, pero no se movía un solo centímetro. Decidí torturarle un poco más y no abrirle hasta que pasara un tiempo ¿cuánto? No sé, ya vería, el que a mí me diera la gana. Pasaron cinco minutos, diez, quince. Le observaba todo el rato cada mínimo gesto que realizaba: miraba el reloj, se rascaba la oreja, sacaba la lengua, pero en ningún momento se puso de pie. A los veinte minutos decidí dar por terminada su espera. – Hola cerdo, ya puedes pasar al palacio de tu Diosa- le dije secamente.

 

– Gracias mi Dueña- contestó escuetamente.

 

Entró de rodillas como siempre, arrastrándose hasta la cocina, que es su habitación junto con el baño. Jamás ha visitado ninguna otra, salvo el pasillo. Allí le ordené que me enseñara el calabacín que había traído, así como la mayonesa. No era un calabacín enorme, pero no estaba mal, sabiendo cómo sabía que tenía que ser el más pequeño de los siete que iba a probar a lo largo de la semana.

 

Le hice desnudarse por completo y que se pusiera a cuatro patas. Cogí el calabacín y le lancé una pregunta:

 

– Perrito, habrá que lubricarla ¿no? Tiene que entrar en ese culito tan estrecho que tienes. – Sus piernas temblaron levemente- No lo voy a hacer con la mayonesa, no te creas que soy tan simple. Lo que vas a hacer con ella es untar la con la mano y comenzar a masturbarte hasta pringarte bien. Ah, y quiero también que la pruebes- le dije con voz entre dulce y áspera.

 

Y mientras él se pajeaba con su mano llena de mayonesa, yo me aparte mis bragas y comencé a mear sobre ese calabacín tan jugoso. Le costó un poco entrar, pero enseguida su agujero cedió sin rechistar. Gemía como una loca mientras yo le estaba follando sin piedad, hasta que le hice correrse al rato en el tarro de mayonesa. Después lamió del suelo los restos de mi meada. La semana no había hecho más que comenzar. Sabía que mi perra iba a convertirse en la puta que estaba deseando ser.

 

 

Parte 4

 

A lo largo de toda esa semana, mi perro sumiso vino a casa cada día con un calabacín más grande y se fue follando el culo como una putita ansiosa. Todos los días le tenía preparado alguna cosa distinta. Un día le eché pimienta al calabacín para que le picara bien mientras le follaba, otro le azotaba mientras tenía el cacharrito dentro, alguno de los días le hacía que se apoyará contra la pared mientras se autofollaba y me lamía mis divinos pies. Pero para el fin de semana tenía algo especial.

 

Javier había conseguido los dos días libres, así que le hice venir el sábado a la mañana, que se desnudara por completo y vestirla cómo la ocasión se lo merecía. Tenía preparado en el baño, su habitación, unas medias de rejilla, botitas de tacón alto, tanguita negro, minifalda, corset, peluca y maquillaje para mi zorrita. Poco a poco se fue poniendo cada una de las prendas y complementos y cuando terminó la miré y no pude evitar decirle:

 

– Ahora sí que eres mi zorrita auténtica.

 

Toda esa mañana la tuve limpiando mi casa, los cristales, los suelos, la cocina, el baño, todo a fondo y bien reluciente. La perrita javier iba con sus tacones algo desequilibrada, pero consiguió mantenerse en pie en todo momento y no caerse.

 

También preparó la comida con las indicaciones que le había dado y cuando terminó me sirvió de reposapiés mientras yo leía tranquilamente una revista. De repente, sonó el timbre y mi putita se sobresaltó y me asustó a mí también. Me levanté y lo primero que hice fue darle un par de tortas bien dadas en su patética cara.

 

– Puta, no se te ocurra volver a hacerlo o te arrepentirás de ello- le grité- Vete a abrir la puerta a ver quién es.

 

– Pero, mi Ama, me da vergüenza- me contestó tímidamente.

 

– Ahora vienes con vergüenzas, vamos vete a abrir.

 

Mi perrita fue de rodillas hasta la puerta, tal y cómo sabía que tenía que hacer, y abrió la puerta de la calle. Allí estaba una amiga mía con la que había quedado para que disfrutara estos días conmigo. Era una chica que la conocía del barrio y que también era cliente habitual del super donde trabajaba javier. Se le quedó mirando y comenzó a reírse sin parar a carcajada limpia.

 

– Vaya Sonia, menuda putita te has echado. No me imaginaba que ese tío tan patético se pudiera convertir en esta zorrita. Qué buen trabajo has hecho.

 

– Sí, ya ves, todo es cuestión de dedicarle tiempo. Además está es una zorrita en potencia. Vamos cerda saluda a mi amiga, que te lo tengo que decir todo.

 

Mi sumisa se acercó a ella y le besó los zapatos y le dijo: ‘Bienvenida, soy su puta sirvienta para lo que desee’. Mi amiga le escupió a la cara y le dijo ‘Este fin de semana te voy a humillar y follar como nunca nadie lo ha hecho antes’. Javier tembló.

 

 

Parte 5

 

Mi amiga tuvo a Javier toda esa mañana lamiéndole los pies sin dejarle apenas respirar. Luego le dijo que nos preparara la comida y que nos sirviera como una buena doncella. La perrita iba vestida como tal, así que no le costó meterse en el papel. Nos preparó un buen plato de pasta y unas chuletas de ternera. Una vez que nos sirvió, se colocó debajo de la mesa chupando nuestros zapatos, especialmente los tacones y las suelas que, obviamente, estaban bien sucias.

 

De vez en cuando le llamábamos y le ofrecíamos algo de comida. Por supuesto se la tirábamos al suelo y la perra se arrastraba hasta recogerla con su boca y engullir la. Alguna que otra vez también se la dábamos masticada para que fuera aún más humillante. Pero nuestra puta no protestaba. Se rebajaba al máximo para agradarnos.

 

Hacia la mitad de la comida, mi amiga cogió el vaso y se levantó sin decir ni palabra. No hacía falta que me dijera nada, yo sabía perfectamente lo que pretendía. Pero mi perro lo ignoraba por completo porque en ese momento estaba lamiendo el tacón de mi zapato. Al poco rato regresó mi amiga y me dijo con una sonrisa algo perversa:

 

– Siento la interrupción, pero es que tenía muchas ganas.

 

– No te preocupes- le contesté mientras llevaba el vaso con el líquido dorado.

 

– Creo que nuestra cerdita tendrá sed. Come como una glotona.

 

– Dáselo estará encantada. Mi amiga soltó una carcajada que sonó algo diabólica.

 

– Ven zorrita, aquí tienes mi preciado líquido dorado, mi pis, así que disfrútalo como lo que es, un auténtico delikatesen.

 

La perrita Javier se quedó pensativa al principio, pero luego cogió el vaso y se lo llevó a la boca cuidadosamente. Bebió deleitándose con esa bebida que le supo a gloria.

 

– Ja, ja, ja- mi amiga río sin parar y yo no pude menos que acompañarla.

 

Acabó absolutamente con todo, sin dejar una sola gota. Después de ese espectacular momento, seguimos comiendo y de vez en cuando escupíamos en la cara del gusano javier. Una vez terminamos, nuestra sirvienta recogió todo y nosotras pasamos al salón a descansar un rato. Nos tumbamos cómodamente en el sofá y nuestra perrita se convirtió en el reposapiés. Quedamos plácidamente dormidas.

 

Cuando cayó la noche, y estando todavía adormiladas, oímos el timbre. ‘Será él’, pensé. Le estábamos esperando, pero no sabíamos exactamente cuándo llegaría. Era una sorpresa que le habíamos preparado a nuestra puta. Cuando abrimos la puerta, la reacción de Javier fue de pánico absoluto y no pudo evitar levantarse y echar a correr hacia el baño. Yo me enfadé muchísimo y fui a buscarla y la traje de rodillas agarrada del pelo, de nuevo hasta la puerta. Le hice lamerle los zapatos a nuestro invitado y que le mirara a la cara.

 

Sí, era él, su jefe, el del super.

 

Parte 6

La vida de javier cambió repentinamente desde el momento en que me conoció en el super, pero día a día fue creciendo su entrega y su sumisión. Ya no era Javier, ahora era mi putita luci, a la cual estaba domesticando para que fuera mi auténtica perrita.

 

Conforme fue pasando el tiempo, su sometimiento se convirtió en total. Dejó su trabajo en el super, por supuesto con conocimiento de su jefe, que ya se había convertido también en su Amo. Se vino a vivir al trastero de mi casa para poder servirme mejor y para tener más controlada a la perra. Allí, en su zulo, tenía un colchón en el que dormía, su comida que le dejaba, su ropa de perra y la normal para diario. No disponía de váter, por lo que hacía sus necesidades en un orinal que luego vaciaba en mi wc cuando subía. Vivía en una auténtica perrera. Su cometido y su propósito vital no era otro que servirme y hacerme feliz. Cada día hacía todas las tareas de la casa, me preparaba todo y tenía cada detalle listo para satisfacerme. Cuando mis amigas necesitaban sus servicios también estaba lista para ello y, por supuesto, cuando Juan, su exjefe del super, su Amo, demandaba su presencia ella iba sin rechistar. Estaba para eso y ella lo sabía y vivía para ello.

 

Tenía unas normas de conducta y vestimenta muy básicas, pero que eran fundamentales y siempre debía respetar: totalmente depilada, sin un pelo; cabeza rapada, que cubría con pelucas masculinas cuando iba a la calle y con femeninas cuando servía como puta; en el trastero, su zulo siempre debía estar desnuda con su collar, en la calle vestida de zorrita debajo de su ropa normal y en presencia de su Ama y amigas de zorrita total; llevaba piercings en sus pezones, testículos y polla; llevaba un plug en su culo; y un dispositivo de castidad en su sexo que yo controlaba por completo; tenía tatuada en su culo una cadena que decía ‘perra esclava’. Siempre debía tener la mirada pegada al suelo cuando estaba en mi presencia y debía dirigirse a mí como Ama, Señora, Diosa.

 

Mi perra luci me pertenecía y eso me confería un poder y un orgullo jamás imaginable. Realmente sentía que su cuerpo, su mente y su voluntad eran mías. La había anulado por completo. Conforme fue pasando el tiempo, el Amo Juan demandaba y frecuentaba más a mi putita. A mí no me molestaba, sino todo lo contrario. Lo veía como algo perfecto para la domesticación de mi perra. Debía estar dispuesta a todo.

 

Hasta que un día, el Amo Juan me pidió formalmente que le diera a mi puta para su propiedad. Lo pensé bastante, pero por supuesto no lo consulté con mi perrita luci. Era una decisión totalmente mía. Al final accedí y el Amo Juan pasó a ser su Dueño y propietario.

 

A partir de ese día, podéis encontrar a la putita luci en el almacén del super del Amo Juan, donde la tiene recluida para su satisfacción y para la de quienes deseen disfrutar de la entrega y la servidumbre de una auténtica puta esclava. Yo suelo ir de vez en cuando para probar a la putita ¿te animas a acompañarme algún día?

 

FIN… O NO.

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