Un primer encuentro
Todo yo temblaba, tiritaban hasta mis huesos, por mucho que me acurrucase entre las sábanas y las mantas no soportaba el frío, porque no era frío, en absoluto, era nerviosismo, era impaciencia, era inquietud, la Ama Soniara me había dicho esa misma tarde, hacía a penas unas horas, que a partir del día siguiente me probaría para ver si realmente valía la pena siquiera seguir hablando conmigo, desde entonces temblaba con un nerviosismo helado que no conseguía entender y mucho menos dominar, ni en las primeras noches que pasé con otras mujeres me sentí así.
Ya de madrugada, muy adentrada la noche, harto de dar vueltas en la cama, harto de no poder siquiera cerrar los ojos, me levanté para encender me un cigarrillo, me acosté de nuevo y de nuevo me levanté, fue durante el tercer cigarrillo que el móvil sonó, era un mensaje, un mensaje suyo, el corazón se me disparó definitivamente. Me mandaba desnudarme y esperarla así en mi casa, sin poder tocarme ni tan solo pensar en ello. Fumé dos cigarrillos más, revisé la casa otras dos veces asegurándome de que todo estuviera listo, preparado, que no hubiera nada que le disgustase. Entonces sonó el timbre, por fin, ya estaba aquí. Tratando de serenarme fui hasta la puerta y la abrí, allí estaba Ella, Ella, sus hermosas piernas vestidas con tacón, su largo cabello cayendo sobre su hombro y su mirada, expectante e indiferente, clavada en mis ojos. Me arrodille y le besé ambos pies sin atreverme a levantar la mirada de nuevo, temblando. Pasó su mano por mi espalda inclinada, acariciándola suavemente, con ternura.
— ¿Te has tocado?
— No Ama.
— Así me gusta —dijo dándome una palmada en el culo—. Ahora quiero que salgas, te quedarás en el pasillo sentado de rodillas tal como estás hasta que te diga lo contrario. ¿Entendiste?
La voz se me hizo un nudo que me atragantaba.
— ¡¿Entendiste?!
— Sí Ama —logré decir al fin.
— Fuera vamos.
Gateando salí al pasillo, esperando que ningún vecino volviese tarde aquella noche, deseando con todas mis fuerzas que nadie me viese así, lo que jamás pensé es que ya hubiera alguien allí, un hombre atlético, fuerte ya a simple vista, decidido, de esos en los que todas las mujeres se fijan, un hombre que ni siquiera se fijó en mi cuando entró pasando por encima de mí, cogiéndola de la mano, compartiendo unas dulces sonrisas, cerró la puerta dejándome fuera. Jamás pensé que algo como eso pudiera pasar, jamás hubiera imaginado que mi primer encuentro cara a cara con Ella fuera a ser así, jamás en mi vida me había sentido tan humillado, tan miserable, como una cosa ridícula y diminuta, insignificante. Sólo más tarde, mucho más tarde, comprendí como había conseguido ponerme en mi lugar desde el primer momento, era algo que no pude comprender entonces, en las horas que pasé allí fuera sólo logré sentirme ridículo e insignificante, humillado a más no poder, ni tan siquiera puede decirse que yo consiguiera eso, fue Ella. No sé cuánto tiempo pasé con aquella triste y desesperada sensación, encerrado en ella, sin pensar en los vecinos, en quien pudiera verme allí, sin pensar en mi mismo como aquel hombre desnudo y arrodillado ante su propia puerta, sin pensar en nada más que en aquella sensación en la que Ella me había enjaulado, no sé cuánto tiempo, ni como, logré aguantar allí, sólo sé que al final se abrió la puerta, primero se fue él prestándome la misma atención que antes, luego Ella, quién se despidió con un simple:
— Ya te diré algo.