Chantaje

 

“es justo lo que yo quiera que sea justo”

“Maldito el día que conteste la llamada en mi móvil.

– Dígame

– Don Manuel xxx

– soy yo. ¿Quien llama?

– MI nombre es Sonia yy. Trabajo en el mejor despacho fiscal y tributario de este país y tengo una interesante oferta comercial que hacerle.

– ¿Usted dirá?

– ¿pagó muchos impuestos el año pasado?

Mucha gente conocía que era propietario de una importante empresa que había obtenido buenos resultados en el último ejercicio por lo que no vi riesgo en decirle la verdad.

– Ciertamente pagué una buena cantidad de dinero.

– Bueno pues este año tiene la oportunidad de pagar, como máximo, la mitad del año pasado. Si no lo consigo, le garantizamos que le pagamos su declaración en cualquier otro despacho a su elección.

Parecía una buena oferta en la que no tenía nada que perder. Así que acepté la propuesta que me realizaba la señorita.

– De acuerdo podemos probar.

– Chico listo. En ese caso, le espero mañana a las 6 de la tarde con toda la documentación. La dirección es calle Aspuerta, 32- 6º

– Allí estaré.

Y allí estuve a la hora indicada con toda la documentación relevante para los impuestos. Me abrió la puerta un joven corpulento bien vestido que me acompañó hasta un pequeño despacho y me pidió que esperara.

Unos minutos después entró Sonia. La verdad es que cuando la vi, se me olvidó completamente el motivo de mi visita. Sonia era una persona con un atractivo especial y que transmitía un magnetismo irresistible. No era muy alta pero tenía una figura imponente. Cabello castaño, ojos claros, piernas estilizadas, una cintura estrecha y preciosos pechos que destacaban en su generosos escote. Tenía un físico atlético, incluso llamativo, y sorprendía su paso decidido en una persona que todavía no había cumplido 30 años como ella.

– Encantado de conocerte Manuel. Acompáñame a mi despacho, me dijo con cierto desdén.

– La verdad es que sentía mi voluntad anulada en presencia de Sonia quien estuvo en todo momento encantadora con la mejor de sus sonrisas.

Tras unos momentos chequeando la documentación de la declaración del año pasado y la de este ejercicio, Sonia se miró a la cara, inclinando ligeramente.

 

“con saber lo que yo quiero que sepas, te has de conformar”

su cuerpo hacia delante para remarcar un poquito mas sus pechos, y acercando su mano derecha hasta rozar la mia , comentó

– Veo que el año pasado pagaste 51.000 euros de impuestos. Creo que

fácilmente este año podemos dejarlo en 600 como mucho.

– Pero ¿cómo es posible? Este año la empresa ha obtenido mejores resultados que el año pasado ¡¡¡¡ Yo esperaba pagar más.

– Nosotros trabajamos con los mejores inspectores de hacienda y expertos tributarios del país quienes conocen todas las claves para librarse de pagar sin infringir la ley.

– ¿Está usted segura que es legal? Las leyes se han endurecido mucho últimamente y los delitos fiscales se castigan actualmente con largas condenas de cárcel.

– Te garantizo que Hacienda nunca se enterará de la verdad y esta pequeña mentira será un secreto entre tu y yo.

Ahorrarme de pagar más 50.000 euros es una propuesta muy atractiva pero si encima te la ofrece alguien tan irresistible como Sonia resulta prácticamente imposible rechazarla.

– bueno, me inspira Usted confianza. Si piensa que no hay riesgo, estoy de acuerdo con lo que propone. ¿Cómo lo hacemos? le pregunté tímidamente.

Sonia se separó un poco de la mesa y cruzo sus atléticas piernas dejando en mi campo de visión unos bonitos botines de cuero color negro y altos tacones de aguja. Al separarse, quedé cautivado por su poderosa figura: su cara de perfectas facciones, larga cabellera castaña y ojos penetrantes, su cuerpo delgado y musculoso, con cintura estrecha y pechos imponentes que sobresalían sobre un body negro que ajustaba perfectamente a su figura. Llevaba un pantalón de cuero negro que cincelaba su cintura y acariciaba sus perfectas piernas hasta los botines negros.

– Muy sencillo. Déjame los papeles y en unos días te llamo para que los firmes y los lleves al banco.

En ese momento, a Sonia se le cayó el bolígrafo con el que estaba escribiendo e instintivamente me incline a recogerlo. Durante una ráfaga de segundo pude a observar a Sonia desde un nivel inferior y me pareció que aumentaba su magnetismo. Al acercar mi mano al bolígrafo, Sonia colocó uno de sus botas sobre mi mano, ejerciendo cierta presión sobre la palma y parte de los dedos, hasta el punto de sentir dolor, y con algo de desdén comentó:

– Gracias. déjalo donde estaba. Y marchó,

Unos días más tarde me llamaron de su despacho para pasar a firmar y recoger la liquidación. No había dejado de pensar en Sonia durante todos esos

 

“aprenderás a cumplir”

días y me moría de ganas de volver a verla. Para mi desilusión me atendió su ayudante quien me indicó donde firmar y me entregó la declaración dentro de un sobre. Noté que salí del despacho totalmente cabizbajo. Por eso, no le dí importancia cuando me dijo :

– por motivos de seguridad, nos quedamos los documentos originales custodiados en nuestra caja fuerte.

Sin embargo, unos días después, Sonia me llamó y me pidió que acudiera a verla. Oír su voz me alegró el día y pensar en volver a tenerla cerca me producía una gran excitación.

Me recibió con cara de preocupación aunque pasó prácticamente desapercibida ante la admiración que despertaba en mí su figura.

– Hemos tenido un problema imprevisto – comentó – . Ha habido un inspector que ha objetado algunos conceptos de tu declaración. Es nuevo y todavía no está suficientemente rodado. Pero, hemos negociado con él y el tema se soluciona con 3000 euros. Se los entregamos y asunto resuelto.

Sonia hablaba con su aplomo habitual. Ninguna vacilación salía de su boca. Ningún signo de inseguridad podía adivinarse en su actuar. A mí me pilló descolocado. Más que por el dinero por el hecho de ver que todavía coleaba un tema que consideraba resuelto.

  • Y, cómo lo hacemos? Le pregunté.
  • Muy sencillo- respondió Sonia- . Tienes que estar esta tarde a las 4,30 en la cafetería Divinity de la Avenida Arebana. Alguien se te acercará y le entregarás disimuladamente un sobre con el dinero.
  • Y tema solucionado? Pregunté asustado hundido en el sillón, inmóvil. Me encontraba incapaz de reaccionar superado absolutamente por la situación.

Sonia se levantó y se dirigió hacia mí. Yo la veía venir ausente con sus botas negras y sus pantalones jeans ajustados y casi no advertí cuando se colocó delante de mí e, inclinándose, me susurró al oído:

  • Manuel, no te preocupes. Déjelo en mis manos. Yo me ocupo de todo. Relájate y haz lo que yo te diga.

La voz relajante y embriagadora de Sonia me sumergió en un estado de paz mental y la seguí mecánicamente cuando apoyo sus dos manos sobre mis hombros y me fue arrodillando delante de ella. Entonces empezó a masajearme la cabeza mientras repetía:

  • estás en mis manos y yo guiaré tus pasos. Únicamente obedece.

Al poco tiempo, Sonia se dio la vuelta y abandonó la habitación, dejándome en esa posición de rodillas en situación de trance. Hacía tiempo que no me encontraba tan a gusto conmigo mismo.

El día convenido a la hora fijada me encontraba sentado en una mesa de la cafetería Divinity cuando un tipo se me acercó y me dijo sigilosamente:

  • deje el sobre en la mesa.

Rápidamente cumplí la instrucción recibida y el sujeto se lo guardó en el bolsillo de su chaqueta y abandonó el local sin decir una nueva palabra.

Permanecí tomándome el café e intentado analizar todo lo ocurrido en este asunto. A pesar de tener una cierta inquietud, me sentía contento y agradecido a Sonia por haber sabido resolver este espinoso tema. Y al final, únicamente había tenido que pagar 3.600 euros. Muchísimo menos que años anteriores.

Pasaban los días y Sonia seguía obsesivamente en mi cabeza. Tenía necesidad de volver a ver a esa poderosa mujer capaz de dominar voluntades con una pasmosa naturalidad. Además, seguía estándole muy agradecido por haberme resuelto el tema de manera tan satisfactoria. Decidí que abonarle los honorarios de su gestión era una buena excusa para llamarle.

Sonia no se puso al teléfono pero, una vez explicado el motivo de mi llamada a su secretario, éste me citó para el día siguiente.

Llegué a la hora con mi puntualidad habitual y con un estado de excitación que no podía ocultar mi ilusión por volver a verla. Sonia me hizo esperar casi 40 minutos que se me hicieron interminables. Pasado el rato, su secretario me acompañó al despacho de su jefa.

Sonia se levantó y se dirigió hacia mí con un saludo poco entusiasta. De pie pude contemplar de nuevo su figura y me pareció que la imagen que guardaba en mi cabeza no hacía justicia a la Sonia real. Esta vez vestía de negro con unas botas de piel hasta la rodilla, pantalones de cuero ajustado y un top del mismo color que dejaba al descubierto tanto su cintura a la altura del ombligo como la mayor parte de sus hipnóticos pechos. Su larga melena rizada de color castaño, recién lavada, caía sobre sus hombros y le acariciaba las zonas superiores de sus pechos.

  • Bueno, ¿a que debo el gusto de tu visita? – me comentó- sentándose enfrente de mi butaca con las piernas cruzadas y una de sus botas apuntando a mi cuerpo.
  • Ha hecho un magnífico trabajo y quería abonarle el importe de sus honorarios.
  • Perfecto. Tengo la liquidación preparada. ¿Te importa levantarte y traerme ese sobre blanco sobre la mesa redonda? Pone Manuel en la cubierta.

 

 

Me desplacé a la mesa redonda de reuniones y rápidamente localicé el sobre. Lo cogí y dócilmente se lo entregué.

  • Aquí lo tienes. Ábrelo y te agradeceré lo canceles en efectivo en un plazo máximo de 72 horas.

Me sorprendió el tono seco y autoritario de su voz que contrastaba con la voz cálida y cercana que había utilizado hasta el momento. De todas formas, abrí el sobre con decisión porque me apetecía demostrarle a Sonia mi agradecimiento por su ayuda.

  • ¿Debe de haber un error? -comenté al ver la Nota de Gastos- Dice 47.400 euros ¡¡¡¡¡¡ Serán 474.00, ¿verdad ?
  • Pues no. El servicio vale exactamente 47.400 euros. Es la diferencia entre lo que pagaste el año pasado y este año gracias a mi intermediación,- dijo Sonia sin vacilación y con una mirada fija que no pude mantener-. Al final, pagas lo que esperabas y el beneficio me lo quedo yo. Es justo-.
  • Lo siento Sonia,- respondí de manera entrecortada-. Eso no lo puedo aceptar. Sería una estafa y no me lo esperaba de Usted.
  • La verdad, Manuel, es que me importa un pito lo que esperabas o lo que te parezca justo. Me pagas lo que te pido o te saldrá más caro. No olvides que tengo en mi poder los documentos originales que prueban tu fraude al Fisco. 6 años de cárcel y hoy en día no te libra nadie. Ya me encargaré yo de que el juez aplique la ley con todo rigor.En ese momento me vino a la cabeza el recuerdo del estado de postración que sufrí el día que Sonia me informó del pago de 3000 euros adicionales, pero en estos momentos me encontraba a punto del colapso, incapaz de hablar, pensar o reaccionar. Haciendo un terrible esfuerzo, alcancé a articular unas pocas palabras inconexas:
    • ‘No sueñe con recibir un solo euro. Ladrona’, y abandoné precipitadamente el despacho.

    Los días posteriores al desagradable encuentro con Sonia fueron un auténtico suplicio. De día y de noche no podía evitar imaginar constantemente la llegada de la policía a detenerme por mi fraude fiscal. Me veía en la celda, rodeado de delincuentes que me golpeaban, humillaban y violaban. Los pocos ratos que conseguía dormir, me despertaba aterrorizado, bañado en sudor y lágrimas. Mi mujer me preguntaba que me ocurría y únicamente alcanzaba a decirle que tenía problemas en el trabajo.

    Al tercer día de mi encuentro con Sonia recibí un sobre sin remitente. Ya imaginaba su contenido y al abrirlo mis temores se confirmaron. Había fotocopias de mi documentación fiscal, autorizaciones a Sonia, cuentas bancarias y mi firma claramente estampillada en el impreso de liquidación. Acompañaba una nota sin firmar:

    ‘Esta misma documentación estará en manos de la Policía Antifraude en 48 horas si no has liquidado tu deuda’.

    Presa de terror descolgué el teléfono y llamé a un abogado amigo mío. Le rogué que me recibiera inmediatamente. Al llegar a su oficina me recibió inmediatamente y tras escuchar lo sucedido y examinar la documentación, me advirtió con rostro de preocupación:

    ‘Estas perdido. No tienes ninguna posibilidad de escapatoria. Quizás puedas denunciar a esta Señorita por chantaje pero tú has cometido un delito y pagarías por ello. Y por estas cantidades, no te quepa duda que la condena sería muy severa. Varios años de cárcel te esperan’.

    Salí completamente hundido. Vagaba por las calles sin rumbo fijo, sin saber qué hacer. Entré en un bar y pedí un whisky. A la segunda copa, empecé a sentirme ligeramente reconfortado. Notaba que mi cerebro comenzaba a activarse y me mandaba claras señales sobre decidir qué decisión tomar. Pensé en mis inicios, lo que había conseguido tras tantos años de esfuerzo, mi posición, mi familia, mis amigos, mi prestigio social…. El monto que me solicitaban era importante, sentirse estafado era humillante pero lo mejor era solucionar el asunto, pagar y que nadie se enterara. Podía continuar con la misma vida a pesar de este bofetón. Mucho más animado, llamé al despacho de Sonia y le dije a su secretario que me diera 48 horas para reunir el dinero y pasaría a pagar.

    Tuve que presionar un poco al banco para conseguir cerca de 50.000 euros en dos días pero soy cliente antiguo y con saldo importante y mi gestor me lo entregó en una saca aunque sin ocultar su gesto de contrariedad. No se atrevió a hacerme comentario alguno aunque los ojos demostraban que estaba pensando ‘a ver en que te lo gastas’.

    Del banco fui directamente a la oficina de Sonia. De nuevo su secretario me atendió, recogió la saca del dinero y me hizo pasar a una salita donde tuve que esperar más de 30 minutos. Llegó Sonia, imponente como habitualmente, aunque con una vestimenta que me cortó la respiración: botas altas de cuero negro que le llegaba casi hasta la rodilla, un short de piel negra que dejaba al aire sus atléticos muslos y un body negro transparente que permitía admirar sus abdominales curtidos en horas de gimnasio y sus hermosos pechos coronados por llamativos pezones. Sus tacones afiliados le otorgaban a Sonia la altura justa para dominar la situación como una reina.

    ‘Bien, Manuel, me alegra comprobar que has recapacitado y tomado la decisión más razonable para ti. Ya he puesto el dinero a buen recaudo y no te doy factura para que te ahorres el IVA’, soltó entre carcajadas. ‘Sin embargo, no pienses que hemos terminado ya .Tengo alguna sorpresa más preparada para ti’, continuó mientras avanzaba hacia mí a paso lento y seguro, remarcando las pisadas de sus botas y moviendo su cuerpo desde la cabeza a los pies con movimientos armónicos sin retirar esa sonrisa maliciosa de su boca.

    A medida que sentía la figura de Sonia más cercana, crecía tanto mi excitación como mi inseguridad, notaba mi cuerpo temblar en todos sus poros, mi cara enrojecer y mis piernas ceder a causa del pánico’. Estaba inmóvil, Sonia llegó a mí y empezó a recorrer mi cuerpo con sus dedos, ‘eres mío. Tengo muchos planes para ti. Voy a divertirme mucho contigo’, continuó en tono amenazante mientras yo, en mi aturdimiento, no comprendía como mi pene podía haberse enderezado completamente.

    ‘Te di 72 horas y ha pasado una semana. Eso me fastidia. Me has llamado ladrona y estafadora y pagarás por todo ello. Me gusta dar a mis clientes el trato que se merecen pero no admito comportamientos incorrectos de su parte. Cuando acabe contigo, habrás aprendido una buena lección’, sentenció con su voz reposada que desprendía esa autoridad natural que tanto me impactó desde el principio.

    ‘Lección Uno: vamos a conocernos. Desnúdate inmediatamente. Quiero chequear la mercancía que he adquirido’.

    Sin saber muy bien lo que hacía, obedecí mecánicamente a su orden y comencé a despojarme de toda mi ropa, empezando por los zapatos y terminando por la camisa que llevaba. Quedé completamente desnudo, de pie, inmóvil, mientras Sonia me inspeccionaba caminando lentamente a mi alrededor.

    ‘Muy bien. No eres gran cosa pero podré hacer de ti un sujeto obediente y servicial. Con eso me daré por satisfecha, apuntó. ‘Antes de pasar a la siguiente lección te encantará ver este videito’. Y cogiendo un mando encendió un televisor y apareció en la pantalla lo que parecía un video un poco artesanal.

    El lugar me resultaba vagamente familiar aunque tardé unos segundos hasta reconocer que se trataba de la cafetería donde le había entregado el sobre al funcionario de impuestos. Poco a poco la imagen reproducía nítidamente una mesa donde se veía a alguien de espaldas y a mí dando un sobre al primero.

    ‘No se trata sólo de fraude fiscal. Corrupción, soborno a funcionario público. Añada otro delito a tu condena. 6 años más’, aseguró Sonia entre carcajadas y soltándome un rodillazo en plenos testículos que me hizo doblarme y caer al suelo entre gritos de dolor.

    Sonia se colocó sobre mí. Su pierna derecha presionaba mi pecho con su afilado tacón y me dijo,

    ‘Lección Dos. Vamos a ser útiles y dar placer. Rubén entra por favor’.

    Hasta ese momento desconocía que Rubén era el nombre de su secretario. Un joven alto, fuerte y apuesto, de pelo negro y piel morena que le preguntó,

    ‘Dime Sonia’,

    ‘¿te apetece que este inútil te la chupe?, le consultó Sonia con toda dulzura.

    ‘Bueno, nunca viene mal una buena chupada. Veremos que tal lo hace’ contestó el joven desabrochándose su pantalón.

    A pesar de seguir en el suelo bajo la bota de Sonia, instintivamente reaccioné como un resorte y traté de levantarme rugiendo con furia ‘ ni hablar. Eso sería el colmo’. Noté como el tacón de aguja se me clavaba en el pecho aumentando la sensación de dolor.

    ‘No creo que tengas elección. En tus 12 años de cárcel, seguro que te conviertes en un gran experto. Ponte de rodillas’.

    Inconscientemente obedecí a Sonia y me coloqué de rodillas. Mi voluntad estaba completamente anulada y posiblemente mi consciencia también. NO tenía claro lo que estaba haciendo.

    Rubén se colocó, desnuda de cintura para abajo, junto a mí. Nunca lo había hecho y toda mi vida esta idea me había provocado gran repulsión.

    Sonia se colocó detrás y cogió mi cabeza con sus manos. Me la acercó al pene de Rubén y me susurró sensualmente al oído: ‘abre la boquita y chupa con suavidad. Hasta el fondo. Como si fuera un helado’.

    A pesar de mi aturdimiento, las primeras sensaciones cuando penetró en mi boca fue de asco. Ante mi rechazo, Sonia manipulo mi cabeza con más intensidad y me obligó a continuar con los movimientos. Oía gemir a Rubén y reír a Sonia. ‘Quiero que te tragues todo el semen. Es mi primer obsequio. Para que veas que no soy tan mala’.

    Sin advertencia previa sentí de repente un fluido espeso llenar mi boca e intenté con todas fuerzas apartar mi boca. Sonia me lo impidió sujetándome con más fuerza y obligando a recibir toda la erupción.

    ‘Traga, únicamente un último esfuerzo, trágatelo todo. Como vea que te cae una gota, te machaco’. Sonia no aumentaba el tono de su voz pero bastante un ligero cambio de matiz para que sus palabras asustaran’.

    No sé cómo lo hice pero me lo tragué. Todo enterito. Cuando Sonia se dio cuenta, me soltó y empujándome suavemente, me dejo caer sobre el suelo. Quedé así, tumbado, inmóvil, indefenso.

    Sonia se dirigió hacia la puerta del despacho y desde el umbral me dijo, ‘reflexiona unos segundos sobre tu situación y sobre lo que has hecho. Vuelvo en seguida y te contaré cuales son mis planes para ti’, le escuché decir mientras marchaba acompañada por su secretario.

    A duras penas me levanté. Estaba tan aturdido que no acertaba a comprender lo que había ocurrido ni que hacía yo desnudo en aquella estancia. Busqué mi ropa y comencé a vestirme. Seguía grogui. Al terminar me senté, incapaz de tomar ninguna decisión ni de hacer ningún movimiento. En ese momento, entró Sonia.

 

  • “Imagino que seguirás bajo shock. Es normal. Os pasa a todos al principio. Luego sois felices pero la verdadera felicidad cuesta de alcanzar. Hay que trabajarla. Hoy has iniciado una nueva vida. Una vida en la que dependes absolutamente de mí. Yo guiaré tus pasos. Tu simplemente obedece. Olvídate de pensar y decidir. Para entender mejor el proceso, toma este video y míralo cuando tengas un momento de tranquilidad. Hemos grabado todo lo sucedido en esta habitación. Seguro que te trae buenos recuerdos”, concluyó con un cínica sonrisa.Tu amigo Rubén te acompañará a la salida. Espera mi llamada”.No podía ir a casa. Me sentía sucio, dolorido, humillado y, más que nada, desorientado. Estuve vagando por las calles, incómodo con la ropa que llevaba y decidí entrar en un bar. Pedí un gin tonic que me bebí prácticamente de un trago. Con el segundo, empecé a sentirme más reconfortado. Ahí estaba, sentado, vivo y sin grandes problemas de salud o trabajo. Había tenido una experiencia que era incapaz de analizar ni valorar pero mi situación tampoco era desesperada. En unos minutos estaría en mi casa, con mi mujer e hijos, podría darme una ducha y ponerme ropa nueva. No estaba mal. Pedí un tercer gin tonic y noté que mi mente empezaba a nublarse. A gran velocidad recreaba todas las escenas vividas en la oficina de Sonia. Su imponente figura, su vestimenta, su mirada autoritaria, su voz serena pero dominante, quitándome la ropa, de rodillas, Rubén…… Muchas escenas, muchos pensamientos pero la realidad es que mientras más imágenes confusas se amontonaban en mi cerebro, la figura de Sonia comenzaba a agigantarse y mi pene a ponerse erecto.Cuando salí del bar, seguía aturdido y con el dvd en la mano. En casa me duché y cambié de ropa como tenía previsto pero no pude pegar ni ojo.Sonia me llamó dos días después. Me citó en su oficina y me demandó que fuera puntual.Cuando me recibió, Sonia llevaba un traje negro de poliester, muy ajustado que le dejaba al descubierto tanto sus piernas como buena parte de sus pechos. Sus pezones quedaban claramente marcados en la tela de su traje. Unas botas largas negras con hebillas, una gran plataforma plateada y un interminable tacón de aguja realzaban todavía un poco más su figura. Me indicó que me sentara.“Me alegro de verte. Espero que hayas descansado y asimilado lo vivido el día anterior. Hoy vamos a poner en práctica la lección tres: ‘ Al servicio de tu Ama Sonia”. Eres mío y ya no tienes escapatoria. Para empezar, vamos a firmar un contrato de servicios por el que, a cambio de mi consultaría en temas fiscales y tributarios, te comprometes a abonarme la cantidad de 3000 euros mensuales durante los próximos 10 años. Hay una cláusula de penalización de medio millón de euros en caso de incumplimiento. Quiero que, una vez firmada por ambos, la lleves a un notario para convertirla en escritura pública”, me dijo de una tirada sin darme tiempo a intervenir.“De esta forma me garantizo tu sumisión financiera durante una larga temporada. Pero quiero más. 3000 € al mes no te supone tan gran sacrificio. Quiero convertirte en mi muñeco, anular completamente tu voluntad y tu dignidad. Desde que era adolescente, no ha habido nada que me haga más feliz que ver a un hombre completamente a mi merced”.

    Las palabras de Sonia sonaban realmente amenazadoras y en mi situación debía tomarlas en serio. Mi semblante cambió radicalmente. De la fascinación de contemplar a una persona tan poderosa se trastocó en una mueca de terror.

    “Te cambió la cara. No es para tanto. Vivirás momentos de inmensa felicidad, como nunca has conocido”, dijo Sonia plantándose delante de mí. “te atraigo, ¿verdad?, estás fascinado por mi físico, reconócelo…..”, concluyó.

    “Sí, si…. Señora”, dije yo balbuceando a duras penas, “no hago otra cosa que pensar en Usted. No puedo quitármela de la cabeza”, continué entrecortado.

    En ese momento, Sonia se bajó un tirante de su vestido y dejó al descubierto su pecho izquierdo. Un pecho turgente, perfectamente contorneado, de un color moreno dorado, coronado en su centro por un pezón poderoso, magnético e hipnotizador.

    “¿Cuánto darías por besar, lamerlo, adorarlo, con calma, sin prisas, disfrutando de cada segundo?”, me preguntó con esa mirada fulminante que tanto me intimidaba acompañada por su habitual sonrisa de superioridad.

    “Daría lo que fuese, no hay nada en este momento que desee más.”, proseguí.

    “De acuerdo, voy a concederte tu deseo, para que veas que soy generosa. Pero antes practicaremos la lección cuatro: ‘no hay recompensa, sin esfuerzo’. Como dicen los ingleses: ‘no pain, no gain’. Un pequeño ejercicio por tu parte y obtendrás el premio que tanto deseas”, continuó con tanta naturalidad que yo no percibí ninguna amenaza en sus palabras.

    “¿te gusta todo de mí?”, continuó.

    “Si, Señora. Adoro su cuerpo y sueño con recorrer cada centímetro”, me salió con toda sinceridad.

    “Bueno, entonces vas a tener una doble alegría. Besarás y lamerás mi pecho pero antes, como demostración de sumisión y obediencia, beberás mi orina y, de ese modo, tendrás la fortuna de llevar algo mío dentro de ti”.

    Beber orina humana era algo que nunca se me había pasado por la cabeza. La mera idea de hacerlo me produjo arcadas y estuve a punto de vomitar. Sonia se aproximó todavía más y me puso una mano en mi garganta. Con suavidad pero con firmeza me acercó el rostro a su pecho descubierto hasta el punto de que pude oler nitidamente la delicada fragancia que desprendía su pezón y observar con todo detalle la deslumbrante belleza de tan magnífico seno.

    “¿Vas a perder la oportunidad de disfrutar de mis pechos por tus infantiles escrúpulos? He dicho que quiero que bebas mi orina y lo vas a hacer en su totalidad. Como se derrame un gota recorrerás el suelo con tu lengua hasta que esté completamente recogida” terminó con ese tono autoritario que tanto me sobrecogía.

    “Túmbate en el suelo, boca arriba, vamos imbécil”, me ordenó.

    Obedecí sin rechistar. Tal como ordenado me levanté de la silla y me recosté en el suelo sin desprenderme de ninguna prenda de la ropa que llevaba. En ese momento, Sonia se colocó de pie sobre mi cabeza. Pude observar desde abajo su esplendida figura desde esta nueva perspectiva, sus atléticas piernas, sus glúteos musculosos, su abdomen liso y fibroso, sus pechos, uno al descubierto y otro bajo su negro vestido, que sobresalían como altares de adoración y su cara de hipnótica belleza y rasgos sin imperfección alguna.

    Sonia se quitó una braguitas negras de licra que llevaba y, tras pasármelas por la cara para que pudiera olor su esencia, puso su coño sobre mi boca y dijo: “Bueno, preparados, listos, ya. Recíbelo enterito. No quiero ver una gota en el suelo”.

    Y de repente llegó a mi boca una cascada de un líquido oscuro, denso, caliente, con un ligero olor a amoniaco. El torrente nunca terminaba de caer. Mi boca estaba completamente inundada por ese líquido amarillento que bajaba con tanta intensidad que no tenía tiempo para que la aprensión que me producía lo rechazara. Inconscientemente, mi único objetivo era tragarme la mayor cantidad que pudiera. A pesar de todo, bastantes gotas se desparramaron por el suelo. Cuando Sonia terminó de arrojarme toda su meada, había un buen charco a mí alrededor.

    “Inútil. Ni de recipiente me sirves. Mira a tu alrededor. Está lleno de mi orina. Ya sabes lo que tienes que hacer”.

    No hizo falta terminar la frase. Me alcé y de rodillas, me aproxime al charco formado por la orina de Sonia sobre el suelo de la habitación. Saqué mi lengua y empecé a chupar. Era una labor laboriosa por la cantidad de líquido a recoger. Pero en ese momento me comportaba como un autómata, sin pensar lo que hacía. Simplemente cumplía órdenes. Y, a decir verdad, obedecer me producía una gran paz interior, una sensación de seguridad que hacía mucho tiempo que no sentía.

    “Bueno, ya veo que arrodillado es como mejor haces tus tareas. Debe ser tu posición natural”, reía Sonia mientras me hablaba. “A tu izquierda, no te dejes ese trocito.”, prosiguió.

    “por cierto, el pis ha llegado hasta mi bota. Ven, límpiala.”

    Me arrastré hasta Sonia y comencé a lamer una de sus botas que tenía un par de gotas secas de orina. Las limpié concienzudamente y, una vez eliminadas, continué lamiendo esas altas botas de cuero negro terminando por sus afilados tacones de aguja.

    De repente, Sonia me propinó una firme patada en mis costillas con su otra pierna como señal de que la operación había finalizado.

    Yo permanecí de rodillas, mirándola suplicante a la espera de mi premio que consideraba había merecido. Todavía tenía el regusto amargo de su orina en mi boca. Ella se acercó, acariciándose con una mano su pecho firme y prominente. Yo temblaba de excitación. Inclinándose hacia mí me soltó “a la espera de tu premio. Te gustaría disfrutar de mi cuerpo, verdad?”

    “Ya lo sabe, Sonia. Me fascina y sería mi mayor placer”, supliqué.

    “Pues todavía no lo vas a tener. Recuerda nuestro acuerdo. Tienes que llevarlo al notario, oficializar lo en escritura pública para darle total validez y cuando lo hayas hecho, te dejaré que adores mi cuerpo.”, siguió mientras mi cara se transformó radicalmente tornándose de un color rojo intenso mezcla de rabia, furia y frustración.”No te me pongas así, pequeño corderito, lo que te pido es una pequeña gestión por la que obtendrás una gran recompensa.”

    Tras lo cual, Sonia ocultó de nuevo su seno, se dio media vuelta y salió de la habitación dejándome a mí, una vez más, arrodillado, desorientado e indefenso.

    Minutos después me levanté y abandoné la oficina seguida por la mirada irónica de Rubén desde su mesa de escritorio. Al llegar a la calle, mi único pensamiento era encontrar el notario adecuado para diligenciar el documento que habíamos firmado según las instrucciones de Sonia. Sentía la necesidad de hacerlo inmediatamente para volver a su presencia en busca de mi ansiada recompensa.

    Dejé pasar unos días para acudir a un notario que me recomendó un amigo. Uno de esos notarios que no hacen preguntas ni quieren saber demasiado. Se limitan a dar fe y oficializar cualquier operación mercantil. Desde que abandoné su oficina, no fui capaz de quitarme a Sonia de la cabeza en ningún instante.

    Regresé dócilmente a verla al día siguiente, satisfecho de haber cumplido mi tarea y orgulloso de poder enseñarle la escritura notarial que me obligaba a pagarle 3000 euros mensuales durante los próximos 10 años. ¿Era víctima de un vil chantaje y parecía satisfecho? No podía encontrar una explicación convincente a esta cuestión pero la idea de sumisión a Sonia seguía dominando sin oposición todos mis pensamientos.

    Sonia me recibió en su despacho vistiendo un short de cuero negro y un top gris que dejaba al aire buena parte de sus pechos. Dos delgados tirantes sujetaban tan sugerente prenda. Unos zapatos de vestir color crema con finos tacones de madera completaban su espectacular atuendo y modelaban su perfecta figura. Su pelo castaño, recién lavado, caía libremente sobre sus hombros formando ondas irregulares.

    Sonia venía con ganas de caña. Con un cinturón agarrado a su cintura sobresalía un enorme pene de latex negro a modo de strap-on. Me quedé estupefacto al contemplarlo.

    Permanecí de pie, cada vez más nervioso y excitado, sin poder retirar mi mirada de su escote hipnotizador, mientras Sonia sentada, con una pierna cruzada sobre la otra, y sus pies mostrando los empeines, leía el documento notarial que acababa de traer.

    Tras examinarlo me miró complacida. “Muy bien. Esto va por buen camino. Tenemos 10 años por delante para conocernos mejor y profundizar en nuestra relación. Pienso sacar el máximo de ti”, me dijo con ese tono dulcemente amenazante que tan bien dominaba.

    “Para empezar, este precioso artilugio que tengo en mi cintura ofrece muchas posibilidades. Por delante o por detrás? Por donde prefieres empezar?”.

    “Pero, ese no era el acuerdo. Yo he cumplido todo. Ahora se trataba de disfrutar y adorar su cuerpo, sus senos….”, le supliqué con voz entrecortada.

    “Todo a su tiempo. Todavía no eres merecedor de saborear mis pechos. Para ello, hay que sufrir más, mucho más”, cerró la conversación sin darme posibilidad de réplica.

    Con un gesto me indicó que me desnudara. Lo hice completamente, en silencio, con la cabeza agachada en señal de sumisión pero también de indefensión.

    Todavía en silencio, Sonia se levantó de su sillón mientras me indicaba con una mano que me acercara. Al llegar a su posición, me indicó con la mirada que me arrodillara.

    “Abre la boca. Quiero que engullas con cariño esta polla negra que voy a meter en tu boca como si fuera mía. Saborea cada centímetro de su tejido. Mójala bien porque cuanto más húmeda esté mejor entrará por tu culo. Eso es lo que viene ahora”, terminó con una sonora carcajada mientras yo me dedicaba a sorber esa enorme polla intentando que me hiciera el menor daño en mi garganta.

    Quise protestar airadamente. Retiré mi boca de la polla y exclamé con el rostro enrojecido: “eso sí que no. Me niego. Nunca lo consentiré”.

    Sonia no contestó. Rápidamente tomó un látigo de cuero que había sobre la mesa y, sin darme tiempo a reaccionar, comenzó a golpearme con furia. Me tumbé en el suelo buscando refugio pero el látigo parecía golpearme todas las partes de mi cuerpo produciendo un gran dolor y sensación de fuego en la piel.

    “Entérate. No importe lo que tu quieras. Aquí se hace lo que yo deseo. Te ordeno que te levantes y te pongas de espalda. De cuclillas, voy a follarte como la puta que eres. Te destrozaré el culo. Dudo que puedas sentarte en varias semanas…..”.

    Mecánicamente seguía obedeciendo la voz dura y autoritaria de Sonia. Al inclinarme sobre la mesa para facilitar que mi Verdugo me desgarrará el culo con su arma, observé que, al coger el látigo, Sonia había abierto involuntariamente un cajón del escritorio y en su interior había una pistola, aunque de reducidas dimensiones, de fuego real.

    La cogí sin pensar y dándome la vuelta, exclamé: “El juego ha terminado. Ahora mando yo. Ven aquí, Puta. Dame el contrato notarial, el video con el funcionario y la documentación fiscal. Devuélvemelo todo o te meto un tiro entre ceja y ceja”, gritaba fuera de mí, actuando como un poseso incapaz de controlar mis actos.

    Sonia no se inmutó. Volvió a sentarse y mirándome fijamente a los ojos me dijo con voz segura.

 

  • “Tranquilo, Manuel. Han sido días de mucho sufrimiento y estás bajo una gran presión. Necesitas que alguien te devuelva tu armonía interior”, continuó sin mostrar perturbación alguna por el arma que le apuntaba. “Ven conmigo”, continuó mientras bajándose los tirantes de su top dejaba al aire sus dos espléndidos senos.Yo me dirigí hacia Sonia como el peregrino que se encuentra a punto de llegar a un santuario soñado durante años. Al llegar, Sonia tomó dulcemente mi cuello y acercó mi boca a su pecho izquierdo. Saqué mi lengua y comencé a acariciar su pezón suavemente, en círculos pequeños, mientras sentía que desaparecía la agitación que sentía en mi interior. Comencé a hacer recorridos más largos con mi lengua hasta abarcar cada ladera completa de su pecho, intentando recorrer toda la superficie. La vertiente inferior, su lado derecho, izquierdo, la parte superior. Su piel tersa y elástica, resplandeciente por el sol y mimada por su Dueña, desprendía un aroma embriagador y su sabor trajo a mi memoria alguno de los recuerdos que albergaba con más cariño de mi niñez. Me pareció que Sonia también respondía a mis estímulos y se excitaba ligeramente. Gemidos inapreciables salían de su boca pero a mí me estimulaban en esa dulce tarea.Al cabo de unos segundos, Sonia separó mi boca de su pecho y dando por concluido la sesión me susurró al oído,“Bueno, Manuel. Ya pasó. Ha sido una crisis pero ya estás recuperado. No podrías disparar ese arma. Sabes que sería tu fin. Déjala en el cajón y vuelve a recostarte sobre la mesa. Ahora más que nunca te has merecido una buena follada y puedo asegurarte que lo haré con mayor energía todavía”.Aún tenía el arma en mi poder. Mientras la contemplaba, todavía bajo el efecto narcótico de haber saboreado el cuerpo de tan poderosa Dama, me preguntaba para que la había cogido. Durante unos segundos, estuve tentado de apuntar hacia mi cabeza y apretar el gatillo. Pero entonces una voz en mi cerebro me preguntó si alguna vez en mi vida había sido más feliz que durante esos intensos momentos en los que estuve lamiendo, besando, acariciando el busto de Sonia. Tenía muy clara la respuesta. No, nunca había sentido el placer y la felicidad de ese instante. Y guardaba la esperanza de que Sonia me permitiría repetirlo en alguna otra ocasión. Lucharía por hacerme merecedor de este premio. Ese sería mi objetivo a partir de ahora.Dejé la pistola en su sitio y me apoyé sobre la mesa. No lo veía pero pude escuchar claramente los pasos firmes de Sonia mientras se acercaba y me decía, ”Ahora conocerás el dolor de una verga desgarrándote hasta el duodeno”.Mientras Sonia lo introducía en mi culo, yo seguía embriagado por el recuerdo de sus pechos.FIN

 

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