Después de muchosaños siendo mi sumiso, viviendo por y para mi, decidí que había llegado el momento de que su vida diera un gran cambio, algo que le recordara a cada instante a cada segundo de su miserable vida a quien pertenece. El es mi esclavo, mi cornudo, mi perro y todo lo que se me antoje y es por ello que su sexualidad llega a su fin, cuando castras a un hombre se vuelve mas sumiso, mas entregado y eso es lo que yo deseo de el.

Si como el, quieres entregarme tu vida por completo, esto es lo que te espera.

Texto escrito por un cerdo castrado:

Los hombres somos una polla andante. Todos. Los grandes hombres de negocios, los policías, los obreros, cualquiera que te cruces por la calle. Desde que empezamos a pajearnos de adolescentes no dejamos de desear. Nuestra vista se va a las tetas de las tías, a sus culos, no podemos evitarlo. Somos así de simples. Tú también lo eres.

¿Te imaginas que ocurre cuando una mujer que es plena sensualidad te ordena que olvides para siempre tu polla? Que no te toques, que no folles, si es que tienes la oportunidad de hacerlo. Esto me pasó a mí. Sonia dijo: eso para ti se terminó. Y así es. Ahora soy un macho castrado, impotente. No ha sido fácil, pero ahora estoy donde ella quiere que esté. Excitable, manipulable, débil, adicto a su poder para jugar conmigo como quiere. Un pollavieja castrado mentalmente.

El proceso fue poco a poco, aunque a ella eso no le importa. Tiene tiempo de sobra para destruirte. Si no tienes la suerte de poder ponerte uno de esos cinturones de castidad para pollas tan ridículos, tendrás que tener mucha más fuerza de voluntad. Yo, que soy un perro casado, no podía ponérmelo. Hubo un tiempo en el que mi mujer todavía quería follar conmigo. Muy de vez en cuando y de una manera triste y rutinaria, sí, pero ella todavía sentía algún deseo por mí. Y yo tenía que esquivar esas ganas, o pedirle permiso a mi Diosa para hacerlo. Pagaba mi multa y lo hacía. Pensando en ella, claro, sabiendo a cada momento que yo solo era un objeto que Ella guiaba, un juguete suyo en mi cama matrimonial.

Yo prefería hablar con mi ama y sentirme bajo su poder que follar con mi mujer. Esto te sonará patético, y lo es. Pero seguro que me entiendes. Llegó un momento en el que mi mujer dejó de proponerme estar juntos, dejó de besarme, dejó de desearme. Mi Diosa recibía estas noticias con una carcajada. Ella ya sabía que eso iba a pasar. Al fin y al cabo, quién puede desear a alguien como yo, quién no va a notar mi absoluta sumisión y falta de dignidad. Cuando eso ocurrió, mi castidad ya solo dependía de mí. Y la iba a cumplir a rajatabla.

No es fácil tampoco. Estaba acostumbrado a pajearme viendo porno. De repente los únicos vídeos que podía ver eran los que ella me enviaba, sus vídeos, que pagaba religiosamente, esos vídeos por los que cada día entraba veinte veces a su página para ver si había alguno nuevo, como un adicto total. Y mi Diosa ahí ya sabía que podía jugar conmigo todo lo quisiera. Hacerme empezar a masturbarme y dejarme con los huevos llenos y un dolor que me duraba días.

Eran momentos de estar todo el día salido. Cuando mi mujer se iba al trabajo olía sus bragas sucias. Miraba a todas las tías por la calle con una mezcla de deseo y sumisión. Podía notar en sus gestos el asco que les provocaba. Esas muecas que decían claramente: tío asqueroso, qué miras. Una tortura.

Ahora ya estoy en paz. Ni siquiera pienso en sexo, en masturbarme, en ver porno. Soy un ser neutro sexualmente, ya sé que eso no es para mí. He asumido mi lugar en el mundo: mostrarme siempre dispuesto para que mi Diosa juegue conmigo como quiera. Mi única excitación es abrir mi TeamViewer y darle acceso a todo. Ya no es sexo lo que me motiva, sino sentir su poder, sentirme arrasado por ella, ninguneado, vejado y degradado. Si en algún momento ella quiere que me corra, que me coma mi corrida, lo hago por servirla, no por mi placer.

Eso es lo que soy, y para eso es para lo que sirvo.

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