Tal vez tú seas uno de esos fracasados perdedores como yo. Ya no es capaz de excitarte si no hay alguien encima abusando de ti. Te costó un poco aceptar que alguien dispusiera de ti, que te dictara lo que había que hacer aunque no te gustara, que te chuleara. Al principio lo viste como un juego, como algo extra a todo el porno que te pasabas viendo horas y horas, machacándotela, súbitos momentos de placer en un páramo de frustraciones y arrepentimientos.
Pero llegó un momento en que aquello dejó de ser un juego, ya habías interiorizado tu condición de inferior, de ser un pelele sin voluntad, y eso cada vez iba haciéndose más grande y ocupando más espacio en tu vida. No hay mejor esclavo que el que tiene conciencia de serlo, el que pide los golpes que su Dueña ya no necesitar darle. Adocenado, calado hasta los huesos por el fracaso de carecer de voluntad, por volverte blando, como de plastilina, ante la voz de tu Ama, ante la sola visión de su cuerpo.
Te tiemblan las manos cuando metes tu contraseña de banco en la ventana del navegador que ella ha abierto por TeamViewer. Ves perder una cantidad de dinero que te ha costado ganar, pero ya no te duele. Oyes esa voz de tu Ama que te dice: “no puedes negarme nada, nada”, y sientes en lo más profundo que todo está bien empleado: tu esfuerzo, tu dinero, ocultarte de tu mujer, tu negación como persona.
Es algo que haces solo, escondido, furtivo. Pero tu Ama, tu Diosa, siempre va un paso más allá. Ella te conoce, sabe que no tienes fondo, que necesitas estar más y más humillado, porque cuanto menos recuerdes quién eras, más fácil le será desplumarte, arruinarte entero. Así que ella te dice:
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Ponte de rodillas y míralo.
Mi Diosa tumbada en su cama, con un body rosa, jugando conmigo, convirtiéndose en la perfecta mujer fatal, en la persona que va a arruinar tu vida hasta donde tú estés dispuesto. Pero tú, como yo, estamos dispuestos a todo, ¿verdad? Se resume así: voy a enviarte a casa de los que tu crees tus amigos y te van a putear, porque son unos cabrones. Y luego vas a volver a ir, y ella va a decirles cómo quiere que te usen. Y esto ya se sale de tus ridículos límites, de esa zona de confort en la que te has instalado como sumiso.
Yo fui. Tengo unos compañeros de trabajo más jóvenes que yo, los típicos machitos que siempre están pendientes de las tías de la oficina, del fútbol y de irse de copas. Yo no encajo ahí. Más mayor, más reservado, más sumiso. Ellos disfrutan la vida y yo la padezco, podríamos decir. Se sorprendieron muchísimo cuando les dije que me invitaran a esa fiesta que iban a hacer el sábado en casa de uno. Se miraron entre ellos, se rieron, arqueaban las cejas. Primero se les pasó por la cabeza que iba a arruinarles la fiesta, pero después pensaron que siempre viene bien una mascota en el grupo.
Seguro que has estado en una fiesta como esa. Botellas de alcohol, refrescos, música y unas rayas de cocaína que al principio de la noche todavía se iban a meter al baño. Luego ya no. Yo no consumo, apenas bebo alcohol –no me queda dinero para eso después de que mi Diosa me deje la cuenta vacía–, pero esa noche me vi obligado a beber. Ellos, todo puestos, cada vez estaban más crecidos, me preguntaban cosas de mi vida personal, se reían de mí, primero veladamente y luego en la cara.
En el vídeo de mi Ama, esos amigos a los que ella se refiere se corren en un vaso de leche. Ignoro si alguno escupió o meó en mi vaso de ron con cocacola. Me hubiera gustado.
El primer paso está dado. Mi Ama tiene ya el correo de uno de ellos, el cabecilla del grupo. Yo se lo he dado. Sé que si en algún momento ellos me invitan a una fiesta, es porque ella ha hablado con él y le ha desvelado mi verdadero yo, el del mierda que se deja humillar porque ella lo desea. Estoy esperando ese momento, el momento de entrar en su casa, que me desnuden, me escupan y me humillen. Eso va a dejarme en muy mala posición en mi trabajo, lo sé. Pero confío en mi Ama, confío en que ella sabe lo que es bueno para mí. Yo sólo obedezco. Siempre obedezco.